viernes, 29 de noviembre de 2013

Carta a Emilio

Emilio,

No nos conocimos pero fuimos al mismo colegio y solo un grado nos separó. Las mismas paredes nos vieron crecer y tuvimos muchos amigos en común. Es probable que en algún momento de la vida nos hayamos cruzado. Quizás fue en la cafetería o quizás en el recreo. Compartimos profesores, eso es seguro, y podríamos habernos reído de los mismos chistes. No, no nos conocimos, pero no importa, porque por un buen periodo nos levantamos ambos temprano en la mañana para ir al mismo lugar y ese es nexo suficiente. Nunca escuché mucho de ti y creo que esa es buena señal de la persona que fuiste: de los malos y revoltosos siempre llega antes la noticia.

No entiendo, Emilio, qué pudo llevarte a tomar esa decisión. En la vida nos pueden pasar muchas cosas pero te puedo asegurar —porque es lo que yo misma quiero creer—que el tiempo es el mejor guerrero. Las cosas que hoy parecen problemas enormes y sin solución, mañana se sentirán como pequeñeces. Los obstáculos que parecían infranqueables se tornarán en valiosas lecciones. Esos cambios que no podemos comprender mañana serán costumbre. No debemos olvidar que todo pasa por algo: lo bueno para que lo disfrutemos y lo malo para que aprendamos.  Si algo he comprendido motivando a la gente es que no debes preguntarte ¿Por qué me pasa esto? Sino ¿Para qué?

Creo que no fuiste capaz de formular esa segunda pregunta.

¿Qué pasaba por tu cabeza en esos momentos? ¿Fue la separación de tus padres? ¿Pasó algo en la universidad? ¿Algo en el plano amoroso? ¿O fue depresión? ¿Algo patológico sucedía en tu interior? ¿Algo químico? Ya no podemos responder esas preguntas, Emilio, y nunca podremos. Lo único que queda esperar es que ahora estés más tranquilo, estés donde estés y así no estés en ninguna parte. Hay religiones que creen que los suicidas van directamente al infierno y en tiempos lejanos no se les podía siquiera enterrar en un cementerio. Hemos cambiado la mayoría, pero hay quienes aún sostienen esas creencia. Yo no quiero pensar eso, que al suicida se le condene a un eterno hades. Si hay un Dios en este mundo no creo que castigue a aquel que le tocó vivir algo tan horrible que lo hizo quitarse la vida.

Dicen que buscaste ayuda en la psicóloga de tu universidad, que tus amigos te vieron deprimido, que tu familia también lo notó ¿Hablaste con alguien, Emilio? ¿Buscaste ayuda? Este mundo asusta ¿No? Pensar que nos juzguen, que nos digan que nuestros problemas no son nada, que se alejen de nosotros ¿Eso te dio miedo? Debiste hablar con tus padres, amigo, puede que pareciera difícil pero debiste hacerlo. Ellos tampoco la estaban pasando fácil pero te hubieran escuchado, te hubieran abrazado y quizás te hubieran ayudado a buscar ayuda profesional. A veces se necesita, Emilio, a una persona ajena y con conocimiento. De repente lo que te pasaba tenía una explicación médica. Ya no lo sabremos. No permitiste que te ayudasen a buscar una salida.

Quizás estuviste siempre de espaldas a la puerta.

¿No pensaste en lo que sentirían tus padres encontrándote así? ¿Tus abuelitos? El dolor que debe estar sintiendo tu familia en este momento no puede ser explicado con palabras o, si es que puede serlo, no me siento en capacidad de capturarlo en mi redacción. Yo he perdido a tres de mis abuelos y, aunque uno dejó el mundo antes que yo llegara a él, se que perder a un familiar es muy duro. Pero perder a un hijo de veintidós años, sano y al que parecer no le había pasado nada en particular debe ser el golpe más duro. Tenías familia que te quiere, amigos, estudios… Realmente no comprendo, Emilio ¿Qué pasó? Y creo que me seguiré preguntando eso para siempre, una y otra vez, hasta que cobre sentido lo que hiciste.

Querido, Emilio, puede que haya parecido la única salida, pero te aseguro que no lo era. Mentiría si dijera que nunca pensé en que podría saltar por la ventana y todos los problemas y el estrés se irían. El que haya atravesado un periodo difícil sabe que a veces aparece esa tentación. Hay quienes dicen que es el “camino fácil” pero no creo que lo haya sido ni que lo sea jamás para nadie. Debe haber sido la decisión más difícil de tu vida y, lamentablemente, también fue la última.

Tenías veintidós años y un futuro por delante, Emilio. Siento mucho que no hayas podido verlo. 

Un abrazo,

Mariana.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Cuando echas alguna salsa en la comida y sale esa substancia acuosa y asquerosa pre-salsa que malogra todo

Tienes hambre. Mucha hambre. Frente a ti se lucen unas deliciosas papitas fritas. Se ven buenazas, amarillitas, lo suficientemente grasosas como para provocar pero no tanto como para ahuyentar. Están en su punto. Pero sientes que hay un elemento ausente en esa deliciosa imágen. Falta ketchup. Tomas la botella  de vidrio -o el envase de plástico para tal caso- entre tus manos y le acercas con entera confianza a tu amada comida. Te preparas para recibir sobre aquella botana la dulce presencia de la salsa de tomate. Entonces, de aquel envase, emana una mentira, un cruel engaño. 

Lo que cae sobre tus papas no es ketchup. No sabes bien qué es. Es un líquido algo espeso, como agua con pedazitos de tomate. Casi como un cuadro de Jackson Pollock. Su sola apariencia es asquerosa y sientes una arcada recorriendo tu esófago y llegando a tu boca ¿La peor parte? Está en todas tus papitas fritas. Están arruinadas, ya ni tienes hambre. No son ahora sino un menjunje asqueroso, un cuadro vomitivo que parece sacado de una escena de la película Hostal. Miras la comida con desdén...  ¿Ya para qué?

¿Por qué, salsas, nos traicionan de esa manera? Aquellas que están allí para hacer que la comida sepa mejor, en quienes contamos para embellecer ante nuestros paladares el sabor de los alimentos y lograr así la hermosa experiencia que es comer, cometen el más vil de los timos ¿Cómo pueden hacernos esto? Ketchup, mayonesa y mostaza, en ustedes confiamos, sean benévolos  con nosotros.

Y tú, amigo que lees esto, no olvides nunca: agítese antes de usar. Nunca palabras más sabias fueron escritas. Esta es la décimo novena cosa que yo odio. 

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Cuando nos echan la culpa

Fue hace unas semanas que hice uso de este blog para odiar el acoso callejero y lo hice con todas las ganas del mundo pero, también, con comedia. Sin embargo, no hay nada de gracioso en lo que este acoso implica ni tampoco en lo que puede evolucionar. Esta objetivación de la mujer y embrutecimiento del hombre, directamente proporcionales el uno del otro, son una peste social que debe de ser eliminada de raíz. No voy a aguantar que venga una conductora de televisión a decir que es nuestra culpa. No lo es y nunca lo fue ni tampoco lo será jamás. Estimada Joyce Guerovich, dices que quieres comprender a los hombres, que tampoco hay que echarles toda la culpa y tanta tontería ¿No te das cuenta que al decir que es culpa de las mujeres estás denigrando también a los hombres? ¿Es que realmente piensas tan mal de ellos? ¿Realmente crees que no son capaces de controlarse?

Con mi colegio tuve la fortuna de visitar un hogar para madres adolescentes que habían sido víctimas de violación. Allí, trataban de sacar adelante al inocente fruto de aquel abuso y sacarles una sonrisa fue unas de las cosas más gratificantes que me han pasado en la vida. Quiero que vayas allí y les digas que fue su culpa, que algo habrán hecho para provocar a ese hombre que las violó. Quiero que vayas y le digas a esa chica que su padre la ultrajó que es su culpa por provocarle. Hazlo, a ver si eres tan valiente. Anda y dile a esa niña de diecisiete años con un hijo de cinco que algo habrá hecho a los doce años para buscarse esa violación, que era su ropa o su manera de actuar, que fue provocadora, que el hombre solo siguió su instinto. 

Y yo se que ella habla de los piropos pero estos no son sino la punta del iceberg del machismo y el abuso y defenderlos, justificarlos o darles cualquier otra explicación que no sea: hay hombres imbéciles que TIENEN que aprender a respetar a las mujeres, es una falta de respeto a la raza humana en general. A las mujeres por obvias razones y a los hombres por pensarlos estúpidos y primitivos. No permitiré que se hable de esa manera del género masculino: resulta que tengo familia y amigos que pertenecen a él y son seres de perfecta condición mental y civilizada. No insultes a los hombres. 

Odio que haya hombres que estén de acuerdo con esta mujer. Lo detesto desde el fondo de mi corazón porque eso quiere decir que se identifican con ese ser sin uso de razón que retrata esta conductora ¿Realmente son tan brutos que no pueden ver un par de tetas sin decir una barbaridad? Y lo peor de todo es que ni siquiera tiene que haber algo que mirar, a veces solo lo hacen por el gusto de molestar. Una vez, lo recuerdo bien, estaba yo de catorce años y uniforme de la banda de mi colegio, caminando por la calle y me soltaron una asquerosidad de niveles máximos. Estaba en uniforme de colegio, quiero que asimilen eso un momento.


Un poco más.


 ¿Qué dice, señorita Guerovich, debería de denunciar a mi colegio por tener uniformes demasiado provocadores? ¿Qué fue lo que lo provoco? ¿Fue la falda hasta media rodilla o el jumper sin entallar que me hacía ver como una papa? A lo mejor fueron las medias hasta la rodilla o la camisa abotonada y la corbata. No, no, ya sé qué debe haber sido: tenía la chompa desabotonada. Perdón, perdón... Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Y sí, yo comprendo que hay chicas que se visten demasiado “provocadoras” pero eso no es excusa para volverse un energúmeno. Ya bueno, si quieres puedes mirar discretamente y, sabes qué, aunque me da asco en tu mente eres libre de pensar lo quieras pero no me digas cochinadas, no me toques, no te me acerques si no me conoces, si no te lo permito. No. Así de sencillo. Y si sientes el impulso piensa un rato, piensa en tu hija, en tu madre, en tu hermana, en tu prima, en tu abuelita... ¿Te gustaría que les digan una cochinada así? 

Nunca culpes a la víctima porque al final que tiene la verdadera potestad de impedir el acto es el perpetrador. Y nadie más. 

Esta es la décimo octava cosa que yo odio. 

jueves, 24 de octubre de 2013

Cuando alguien es racista

“Veo ahora que las circunstancias en las que uno nace no tienen importancia. Es lo que uno hace con el don de la vida lo que nos dice quiénes somos”

“Tenemos mucho en común: el mismo aire, la misma tierra, el mismo cielo. Quizás, si empezáramos a ver lo que es igual y en vez de siempre ver lo que es diferente, entonces ... ¿Quién sabe?”

Estas dos citas resumen de manera perfecta la forma en la que todos y cada unos de los seres humanos de esta tierra deberían de pensar si viviésemos en un mundo ideal ¿De dónde las he sacado? Pues, si para esto punto aún no te has dado cuenta, tendrás que esperar al final de este texto. Allí revelaré la fuente de estas hermosas frases. El día de hoy voy a escribir con el bilis en la garganta y con la indignación a flor de piel. Hay pocas cosas que me desagraden tanto en el mundo como aquello de los que escribo en este momento: el racismo. 

Esta tara cojuda que nos queda de tiempos en que los que no podíamos hacernos llamar, en realidad, seres enteramente racionales. Épocas aquellas en las que la gente tenía esclavos y mataban a otros seres humanos como si fuesen escoria y se veía con desdén al que era diferente. Mucho no hemos avanzado, para ser honestos, la gente no tiene esclavos de manera formal pero aún hay quienes trabajan bajo condiciones demasiado similares a la esclavitud: ya sean empleadas del hogar mal pagadas y maltratadas, trabajadores chinos en el sótano de un magnate haciendo chompas, jóvenes migrantes en los McDonalds de EEUU siendo explotados, muchachos llenos de sueños explotados en los Call Centers de la India, entre tantísimos otros. Y, sobre matar gente, pues el KKK aún comete crímenes de odio y el partido neonazi de Grecia no se queda atrás, solo por poner dos ejemplos. 

Se piensa que el otro, por ser diferente, es inferior y eso es lo más estúpido que un ser humano -o mejor dicho “ser humano”- puede pensar ¿Es en serio que piensas que la “el color de piel de las personas define el contenido de su carácter”? Y cito un poco a Martin Luther King Jr. porque el vivió y murió para acabar con este concepto tan imbécil que, en primeras, no debería haber existido jamás. Si las personas sinceramente piensan que los negros son inferiores o que los chinos son inferiores o que quién sea es inferior los verdaderamente inferiores son ellos y no por su raza o su procedencia: sino por lo que han decidido hacer con sus vidas. 

Pero entendamos, hagamos un esfuerzo compañeros (trabajemos juntos por una compresión mejor del universo), por entender a la gente del pasado, confundida, sin referentes, recién descubriendo el mundo. Está bien, puedo entender por qué al ver a alguien con un color de piel distinto por primera vez en tu vida, el primer contacto de un grupo humano con otro, se pueda creer que es otra especie. Pero ahora, año 2013, con el genoma humano armadito y bien definido ¿Aún hay gente que piensa que los blancos son superiores solo por ser blancos? ¿Es posible que en PERÚ, la epítome de la mixtura racial, tengamos un partido Neo Nazi? Déjenme que les diga, reverendos batracios, que si su amado Hitler estuviera vivo y ustedes viviendo bajo su régimen, bien muertos estarían. Primero que nada, conchudos y, luego, pérfidos mentecatos ignorantes. 

Cuando alguien se jura más que otro alguien por ser “más blanco” es lo más idiota del mundo. Pensar que se es más que alguien por una característica intrínseca, por algo que no te has ganado sino que simplemente viniste así, es una idiotez. Si quieres estar orgulloso de tu “raza” ¡BIEN! No hay problema, está bien estar orgulloso de lo que se es pero de ahí a que desprecies a otros ese es el paso a lo intolerable. Y pongo “raza” así entre comillas porque, tratándose de seres humanos, ese concepto no debería existir. 

Hablemos de ciencia, pequeños saltamontes, las últimas investigaciones han probado que el aspecto físico de las personas corresponde únicamente al 0,01% de los genes. Además, ese porcentaje no corresponde realmente a lo que la gente normalmente conoce como raza sino a las características que han permitido que ciertos grupos humanos vivan en determinados ambientes. Por ejemplo, la gente de la sierra tiene pulmones más grandes para poder asimilar la cantidad de oxígeno necesaria para vivir dado que el aire en la altura tiene menos concentración de este gas vital. Lo que consideramos “raza” no es más que los cambios que ha tenido el cuerpo frente al medio ambiente ¿Realmente piensas que ese 0,01% te hace superior? ¿No te das cuenta que tu y ese joven al que llamas “cholo” tiene 99,99% de genes IGUALES? I-G-U-A-L-E-S. 

Quizás en el furor del tráfico limeño se te escape un “cholo de mierda” y a pesar que lo repudio te lo puedo perdonar si es que no es para ti más que una palabra. Pero si, sinceramente sientes eso en ti, te dedico todos los insultos de mi léxico que, te advierto, no son pocos. La raza científicamente no existe ¿Qué más prueba quieres para probar lo imbécil que eres? ¡El genoma humano te lo prueba! Las personas valen por lo que HACEN y no por lo que SON biológicamente. No es tu cuerpo o tu aspecto lo que te define sino tus actos, lo que haces con tu vida, la persona que construyes TU MISMO y no lo que te dio la genética. 

Debo de compartir con ustedes cómo llegó a mi este tema y lo hago avanzado tanto el post porque quiero advertirles que se viene una buena avalancha de lisuras. Este tema llegó a mi a través de una vieja compañera del colegio que me escribió diciéndome lo indignada que estaba frente a un caso de racismo y que debía escribir de ello. Nunca es mal momento para odiar esta conducta. Comparto aquí la imagen que me mandó:



Contexto: una joven escribe un comentario en una página de noticias que, aparentemente, iba en contra de lo que esta excusa de ser humano opina. Decidió, en vez de presentar argumentos de razón, comportarse de esta asquerosa manera. Me recuerda aquellos status de Facebook que, cuando salió Humala de Presidente, reclamaban a los “cholos de mierda” por haber votado por él y que se iban del país para no tener que aguantar lo que estaban seguros sería un gobierno a lo Chávez. Primero, váyanse no los queremos acá la concha de sus madres. Segundo, de los que pusieron esos comentarios tan lindos creo que el 0,00001% realmente se fueron. Y, tercero... ¿Es en serio? ¿ES EN SERO? ¡SANTA PAPAGAYA! ¡MIERDA! ... De mis amigos de Facebook vi unos cuantos comentarios de esos. Los que postearon los peores ya no están en mi lista de amigos. Fin. 

El racismo es una cojudez. Punto. No hay razón que lo justifique desde el plano moral o científico o lo que sea. No hay. Dime lo que quieras, pero NO HAY. Dime tu ciencia nazi, dime toda tu mierda pero el racismo NO DEBERÍA EXISTIR ¿Acaso un perro labrador discrimina a un perro mestizo? ¿Acaso un gato angora discrimina a uno criollo? ¿No somos, entonces, un poquito más avanzados que estos elementales seres como para darnos cuenta que la raza no existe? 

Momento de la verdad: las citas que puse líneas arriba pertenecen a la primera película de Pokémon. La primera la dice Mewtwo y, la segunda Meowth. Si no han visto esta película: háganlo. Es buena y tiene una hermosa lección. Que haya sacado frases de este largometraje puede ser particular, para algunos hasta ridícula o extraña. Quizás si les hubiera dicho de frente de dónde venían las hubiesen discriminado. Pero ¿No ven que estas frases son como la gente? No se trata de dónde viene sino de lo que pueden enseñarnos. No se trata de su procedencia sino de su contenido. Son lo más cierto y más acertado del mundo y yo lo aprendí antes de los diez años gracias a un par de Pokémon y les doy las gracias.

No sean racistas, amigos. Es estúpido, cruel, desinformado, idiota, cojudo y más lisuras que no diré para no cargar tanto este post. En fin, esta es una de las cosas que más odio y, además, esta es la décimo séptima cosa que yo odio.

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Si quieren saber de dónde saqué mi información científica esta es la fuente de El País, basada en la investigación realizada por  la Celera Genomics Corportaion en Rockville, Maryland, entre otras entidades de la que escuché hace mucho en un documental de la Discovery y que busqué para poder citar. 

jueves, 17 de octubre de 2013

Cuando la gente usa la palabra “gay” como un insulto

El idioma español es uno de los más ricos que pueden existir y la gran cantidad de tomos que tiene el diccionario oficial de la Real Academia Española son prueba de ello. Tenemos palabras para describir a la perfección prácticamente cualquier situación en la que la vida nos pueda lanzar y, si no se trata de una palabra, ten por seguro que una combinación de las mismas podrá ser utilizada a cabalidad en la circunstancia en la que te encuentres. Es tan vasto este idioma que un buen grupo de las palabras que lo conforman están únicamente destinadas al insulto. Sí, queridos amigos, el idioma español tiene una gran cantidad de términos peyorativos que pueden aplicarse para aludir a la incompetencia mental o moral de otro ser humano. Ante esta situación me podrían explicar señores del jurado ¿Por qué se ha creado esta estúpida idea de utilizar la palabra gay como un insulto? ¿Es que las nuevas generaciones han decidido abandonar la lengua española y adoptar un nuevo idioma falto de cualquier rastro de inteligencia? ¿Qué carajos?

El lamentable y erróneo uso de esta palabra es algo que las nuevas generaciones -me siento vieja al decirlo pero trato de mantenerme lejos de quienes incurren en esta prácita- están popularizando y que yo realmente detesto. Primero que nada, etimológicamente hablando, la palabra significa feliz así que es un pésimo insulto. Una persona hace trampa en Call of Duty y desde lo más profundo de tu corazón y con odio en la lengua le gritas: ¡FELIZ! ... ¿Es en serio? En segundo lugar, si se está utilizando bajo la premisa de la orientación sexual TAMBIÉN es un pésimo insulto. Es decir, si una persona hace una estupidez de qué pelotas sirve decirle: te gustan las personas de tu mismo género ¿No sería mejor decirle otra cosa? ¿Algo que realmente aluda a lo que esta persona ha hecho? ¿Y qué pasa si resulta que es persona realmente es gay? Le gritas ¡GAY! y te responde ¡HETERO! ... Pésimo insulto. En tercer lugar, es una falta de respeto total a las personas homosexuales. Es como utilizar de insulto la palabra zurdo, trigueño, heterosexual o crespo. Son cosas que con parte de la persona, cosas que conforman su esencia y que no han sido su elección. Por tanto, discriminar a alguien por ellas es estúpido, ignorante y despreciable. Diez puntos menos para Slytherin. 

En fin, en aras de mejorar el idioma de todos los que lean este blog y para que, si se encuentran a alguien que incurre en este penoso uso de la palabra gay, le puedan enseñar algo nuevo, les presento algunos insultos pa su conshumo y arrebate más naki: idiota, tarado, estúpido, imbécil, cojudo, huevón, paramecio, tonto, baboso, cara de caca, cara de poto, hijo de la papagaya, papanatas, zoquete, bobo, pelotudo, gilipollas, mentecato, pérfido, lame traseros, zote, huele-pedos, berzotas, bobalicón, ceporro, despojo humano, desperdicio de células, energúmeno, ínfimo, alfeñique, más común que un zubat, gandul, oscenote, peor que el twerkeo de Miley Cyrus, verraco, entre muchísimos otros. 

Espero que, ante la presencia de tantísimos insultos (y eso que hay muchos más y, además, las combinaciones son INFINITAS) sean capaces de dejar atrás una costumbre en esencia estúpida y de trasfondo ofensiva. Amplíen su léxico si es que van a insultar a alguien. Nuestro idioma nos permite ser cultos incluso al ser hirientes. Hermoso, si me lo preguntan. Esta es la décimo sexta cosa que yo odio. 

miércoles, 9 de octubre de 2013

Cuando, segundos antes de hacer algo, me dicen que lo haga y le quitan todo el valor a mi acto

Estás en tu casa, tranquilo y feliz. Quizás en la sala jugando videojuegos, quizás en tu cuarto en la laptop viendo La Voz Perú, en tu camita leyendo un libro o hasta haciendo nada. Todo bien, todo excelente. Entonces notas que el patio está sucio o que en la cocina hay cosas para lavar o cualquier otra labor casera que en circunstancias normales te harían renunciar por fax. Te pones de pie, abandonando tu comodidad y tu hermosa posición. Tienes en mente hacer el bien, ayudar en la casa de una manera totalmente desinteresada y sin esperar nada a cambio. Solo por hacerlo, solo porque sabes que está bien y que es necesario. Eres chévere. Qué bello, qué hermoso. Cuando te aproximas al lugar de la labor, con las manos prestas al buen actuar, una voz irrumpe en tus oídos y arranca de lo más profundo de ti un odio que traspasa los límites de esta dimensión. Es tu madre -o tu padre o tu abuelita, dependiendo de con quién vivas y te mande- y te pide/ordena con un grito primario que hagas precisamente lo que estabas por hacer: ¡Lava los platos! ¡Limpia la caca! ¡Recoge los platos que están en la sala! ¡Limpia la caja de arena! ¡Barre el pasillo! 

Es mediante esa sencilla frase que aquello que ibas a hacer con toda la gentileza, con todo el amor del mundo se convierte en algo ordenado, en una obligación, en un pedido. Es también ante aquel estatuto que todas las ganas de hacerlo desaparecen de tu cuerpo. Ya no quieres realizarlo: ya no es tu iniciativa sino una orden y las ordenes, seamos sinceros, llegan al poto. Igual lo haces, claro, pero molesto y con poca gana. Era TU decisión y fue arruinado con esa orden y se volvió una obligación. 

Es común que algo así suceda: pones todo tu empeño en interrumpir tu vida para obrar hacia el bien común y aquello es totalmente bloqueado por la intervención de un elemento de autoridad. Y es tan sencillo como que no, ya no quieres hacerlo, te llega al poto, ya fue, pasó el micro, se apagó la vela, a que no me quemas. Odio que le quiten a un acto tan bello su carácter como tal. Lo peor es que luego de hacerlo le dices a tu figura de poder “Igual lo iba a hacer, por si acaso” ¿Y te creen? ¡NO! ¡Jamás! Nunca te creen pero tu sabes que es verdad y eso quema. Quema ser el dueño de una verdad solitaria, una verdad que nadie creerá jamás, una verdad que cala en tu alma como el final de LOST, como el rating de Al Fondo Hay Sitio (es en serio ¿Por qué es tan alto?), como la calva de Ricardo Morán, como la probabilidad de que Laura Bozzo vuelva a Perú (buscar la canción e Tongo, por favor) y como tantas otras cosas que calan almas y que escapan a mi mente creativa en este momento en particular, pero creo que el mensaje general ha quedado bastante claro. 

En fin, esta es la décimo quinta cosa que odio.

Pd: Gracias a mi amiga Camila Cantuarias por la inspiración. 

jueves, 3 de octubre de 2013

Cuando yo, o cualquier otra mujer, somos acosadas en las calles

Ser mujer no es fácil. Primero que nada nos viene la regla y eso es una mierda. Segundo, y más severo a mi parecer, es que la sociedad aún no comprende al ciento por ciento que somos seres humanos con todos los derechos que esto conlleva ¿En qué me baso para afirmar esta ignorancia endémica? Son muchos factores, en realidad, pero el día de hoy voy a odiar uno en particular pero con toda mi alma y todo lo que tengo aquí en este corazón tan bello en mi pechito: el acoso callejero. Jamás, nunca, bajo ninguna circunstancia, ni cagando, creo que llegue a entender el objetivo que los subnormales persiguen al incurrir en este tipo de prácticas ¿Es… Es en serio? ¿Realmente creen que con esos comentarios asquerosos van a conseguir algo? ¿Tan limitado es su cerebro? En su mundo ideal las cosas irían así:

Pasa una jovencita muy atractiva por una calle, vistiendo un short corto y una camisa ligera. Tiene el cabello recogido en una coleta y muestra del cuello en un gesto evidentemente provocador. Es cuestión de esperar a alguien que se atreva a notarlo y responda como es debido. Sueña, con todo su corazón, que se note en su andar y en su gesto lo que está esperando que suceda. Entonces, desde lo alto de una construcción, un noble obrero cae en cuenta de este notorio llamado por atención y entiende que es su deber como hombre responder a ese acto tan provocador. Se inclina por encima de la ventana y enuncia una frase que, sacada de lo más profundo de su corazón, embarga en ella el sentimiento de respeto y admiración por el género femenino:

—¡Quisiera que fueses estampilla, para pasarte la lengua y meterte en el sobre, mamita rica! — enuncia el obrero con todas sus fuerzas. La muchacha escucha sus palabras y sonríe, mientras agradece al sujeto la amabilidad y el bellísimo gesto mostrándole su pecho desnudo y gritando su número de celular para quedar en un encuentro de naturaleza meramente sexual en una ocasión futura pero cercana. El sujeto sonríe para si mismo, le había hecho un favor a la jovencita y ella se lo devolvería con creces. Tener modales siempre tiene buenas consecuencias.

El mundo no funciona así, amigo piropeador. Es más, no podría alejarse más de la realidad. Cuando recurres a tu “Manual del Pendejo” y nos mandas un piropo de una naturaleza tan asquerosa nuestro primer instinto es querer desaparecer. Luego te queremos mandar a la mierda y, por lo general, lo hacemos. Aunque muchas veces caemos en la técnica menos arriesgada: te ignoramos, imbécil ¿Qué esperas conseguir? Se sincero ¿Es que en un lugar de tu ridículo e imbécil cerebro de PAPAGAYA piensas que un escenario como el detallado líneas arriba realmente sucederá? Y si no lo crees entonces ¿Para qué mierda jodes? ... ¿Qué ganas diciendo esas cosas? Nadie dice que no haya libertad de pensamiento y, aunque me repugna pensar que lo único que pasa por la mente de los elementos masculinos de la raza humana son cochinadas, puedes en tu cabeza decirte lo que quieras.

Pero no me grites tus cochinadas, concha tu vida. No, no concha tu madre porque es probable que ella poco tenga que ver con tu imbecilidad. Estoy segura que eso lo obtuviste por tu cuenta. Estrellita en la frente por el esfuerzo ¡Cómo se nota que te esmeraste por ser un tremendo tarado!

Me da asco pensar que la sociedad Limeña está tan atrasada que una chica no pueda ponerse un short o arreglarse un poco o simplemente querer verse bonita sin que le caigan comentarios o le peguen el nepe en el micro. Esas cosas pasan todos los días y es deber de todos los hombres decentes defender la reputación de su género. Las chicas nos podemos quejar, podemos ignorar pero no será hasta que ustedes mismos se den cuenta del asco que dan que las cosas cambiarán. Si tu broder hace una cochinada de ese calibre pégale. Bueno, no le pegues, pero dile algo. No te quedes callado porque el que calla es cómplice.

Tu piropo no me encanta, huevón, me da asco. Y, si en algún nivel micro celular tuviste chance conmigo esa se elimina, se reduce a menos de cero, se DIVIDE entre cero —para que veas que tan IMPOSIBLE es— cuando haces esa HUEVADA. Empero siguen allí, con sus manuales, con sus bromas insulsas. Párenla en serio.

Esta es la décimo cuarta cosa que yo odio.

PD: No estoy generalizando sobre los obreros ni muchos menos pero las mujeres que estas líneas lean no podrán negarme que quienes se dedican a este oficio son quienes más piropos asquerosos nos dedican.

¿Te ha pasado?

Agradecimientos a mi amiga Adriana Seminario porque sus vivencias inspiraron este post. 


miércoles, 25 de septiembre de 2013

Cuando me di cuenta que había crecido

Nota: Este no es un escrito gracioso, es melancólico y quizás algo deprimente. Va dirigido hacia quienes tuvieron una infancia parecida a la mía y la recordamos con cariño. Se que no todos tienen la suerte de llamar a su niñez los mejores años de su vida y me disculpo en nombre de la humanidad por por ello: todos deberíamos de poder clamar aquello sin dudarlo. Pero el mundo es un lugar cruel. Gracias al gran arquitecto del universo yo tuve un hermoso comienzo en este planeta que aún recuerdo con muchísimo cariño. Perdonen si me pongo demasiado azul. Gracias a Blue October, mi banda favorita, por la inspiración

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Crecer es una trampa en la que inevitable caer.

Sucede de pronto y no te das cuenta hasta que es demasiado tarde. Un día te levantas y la realidad está allí, mirándote, y sabes que no hay escapatoria. Solo queda vivir y preguntarte en qué momento se transformó todo. Ves tus fotos de pequeño y te cuesta creer que haz cambiado tanto ¿Cómo no me di cuenta? No puedes dejar de hacerte esa pregunta porque en tu mente tus amigos están igualitos a como eran antes por más que las fotografías se empecinen en contradecirte.

¿En qué momento crecí?

Fue un día como hoy, tranquilo, monótono ¿Y sabes qué fue lo peor? Que ni siquiera te diste cuenta. No pudiste despedirte de tu infancia, no pudiste prepararte. Solo pasó.

Un día, de repente, ya no eres capaz de imaginar que eres un tigre o un pirata o una princesa o un guerrero y solo estás tú, en tu cuarto y ya no tienes ganas de hacer un fuerte con los cojines del sofá.

Un día, de repente, tus juguetes ya no te llaman y lo que antes eran eternas sesiones de juego se vuelven conversaciones sobre la vida con tus amigos. No se trata de inventar fantasías y de ver más allá de la realidad, no se trata de jugar a las escondidas ni a las chapadas, sino de a quién le gusta quién o qué música los mueve. Tu columpio favorito se ha encogido y ya no entras en él, el sube y baja ya no te hace sentir ese mismo vértigo y ya no te dejan subir al saltarín. Ese tobogán que se te hacía enorme ahora es solo un poco más alto que tú.

Un día, de repente, los cumpleaños dejan de ser en el Bembos y ya no hay castillos inflables que te reciban en el patio de tu mejor amigo en esas fechas especiales. No más gelatinas en esos pocillos de plástico, no más chupetines en el semicírculo de tecnopor forrado con papel aluminio, no más payasos, no más juegos, no más sorpresitas para llevar a casa, no más boles llenos de chizitos –que luego de un rato se ponían insoportablemente suaves– o de canchita con demasiada sal ¿Recuerdas la última fiesta infantil a la que fuiste siendo niño? ¿Recuerdas la última vez que pudiste entrar a los juegos? Un día, de repente, eras demasiado alto. No más dejar los zapatos afuera en aquella repisa de círculos ¿En qué momento cerró el Daytona Park? ¿Cuándo fue la última vez que jugué al Laser Quest?

Un buen día te das cuenta que tus padres no son héroes, que no son invencibles, que son tan humanos como tú y que no podrán protegerte de todo. Un día te das cuenta que papá no es tan veloz como pensabas y ahora lo puedes derrotar en Stratego, en el Play Station, en fuerza, en Judo, en algo. Un día tienes las respuestas a esas preguntas que antes solo mamá podía contestar. Ya no son ellos los que te ayudan con la computadora ni los que te ayudan a alcanzar algo que está alto.

Las cosas que antes te gustaba ver en la televisión se hacen ajenas, distantes, y aún si te mantienes cercano a ellas y las sigues amando sabes que no debes decirlo. Te juzgan  y duele que te fuercen a cambiar. Pero sucede y, a veces, no nos damos cuenta ¿En qué momento me he vuelto demasiado grande para ser quien era?

Un día Papa Noel dejó de existir y la Navidad perdió la magia. Un 25 de diciembre, seguramente no recuerdas cuál, fuiste al árbol con parsimonia y no despertaste a tus padres a las cinco de la mañana para abrir los regalos sino que seguiste durmiendo un rato más a pesar de saber que bajo el árbol había presentes. Ya no es una muñeca, un peluche, una Barbie, sino ropa, dinero o algún aparato tecnológico o simplemente nada ¿Cómo así decidieron ese cambio? ¿Fue súbita la navidad en la que creciste?

Un día te das cuenta que hace diez años dejaste el colegio pero te sigue pareciendo que fue ayer. Sientes que ese mismo Lunes tuviste una formación en el patio del colegio, que ese miércoles compraste un sándwich en la cafetería, que viste a todos tus amigos en el recreo, que jugaste una pichanga, que tomaste una prueba, que te llamaron la atención por hacer bulla. Un día te das cuenta que la última vez que viste a tu promoción completa fue en la graduación y que hay personas que veías todos los días y que no haz vuelto a ver jamás. Un día te das cuenta que el colegio en el que estudiaste ya no existe, porque cerró, porque se fueron tus profes, porque se cambió de nombre o solo porque cambió.

Querías hacerlo ¿Recuerdas? Pensabas en cómo sería la vida siendo grande y renegabas cuando tus padres no te dejaban hacer una cosa u otra ¡Cuando sea grande haré lo que quiera! Decías, ignorando que el mundo de los adultos no era tan divertido como pensabas. De niño no hay responsabilidades, no hay que trabajar, no hay que preocuparse por las cosas. Solo soñamos con lo que seremos y el mundo está allí y tenemos tanto tiempo y tantas posibilidades que podemos desperdiciar un día viendo caricaturas o jugando Nintendo. Todo bien, somos niños y aún hay tantas cosas por hacer. Quieres ser astronauta, luego periodista, luego cantante de rock, luego arqueólogo, luego veternaria, luego actriz, luego lo que sea ¿Qué importa que no me decida? Solo tengo ocho, solo tengo diez, solo tengo doce,  solo tengo quince. Ahora ya me gradué ¿Qué hago? ¿Dónde se quedó mi tiempo? ¿Quién se ha robado mi infancia?

Mamá y Papá están allí y lo damos por sentado. Un día se alejan o nos dejan, un día nos damos cuenta que se encojen sobre si mismos, que ya no podemos depender de ellos y que tenemos que comenzar a ser útiles, productivos y en el fondo solo queremos volver a ser niños y confiar en que ellos solucionarán el mundo. De la nada tenemos que trabajar, de la nada tenemos que ser adultos.

Un día, de repente, nuestro cuerpo deja de ser ese cómodo recipiente donde reposa nuestra vida y se convierte en algo incómodo, algo que nos avergüenza por momentos. Ir a la playa no se trata solo de jugar, es una batalla con uno mismo por atreverse a mostrarse. El pudor y la vergüenza nos enseñan que ya no somos niños.

Crecemos y, a veces, nuestros padres se separan y nos dejan con el recuerdo de una familia que ya no es. Te cuesta recordarlo y las fotos se pierden o pierden sentido y ahora todo es raro y ajeno ¿Cuándo fue la última vez que se dijeron te quiero?

Al ser niños damos por sentado todo. No apreciamos esos días y no nos damos cuenta de cuándo acaban. Simplemente un día ya no están allí y nos quedamos en la nada preguntándonos ¿Cuál fue el último día de mi niñez? ¿Qué hice ese día? ¿Cuál fue mi última raspada de rodilla? ¿Cuál fue el último árbol que trepé? ¿Cuál fue el último campeonato mundial de fútbol en la pista frente a mi edificio? ¿Cuál fue la última pelota con olor a uva que me regalaron? ¿Quién me dio ese último juguete?

Si pudiera volver a tener diez años viviría cada día con intensidad y trataría de recordar para siempre cuándo fue la última vez que yo y mis primos jugamos con los Pokémon o cuando fue la última vez que nuestras cartas de Magic cobraron vida frente a nuestros ojos. Quisiera saber cuándo fue la última vez que le presté la voz a una de mis Barbies o en qué momento exacto desaparecieron todas de mi repisa ¿Dónde habrán acabado esos juguetes que doné? ¿Habrán hecho feliz a algún niño? ¿Estarán en un basurero o habrán sido reciclados? Ese peluche sin el cual no podías dormir ¿Estará enterrado bajo montones de basura, descartado como los días de tu chiquititud?

Conforme voy creciendo me doy cuenta de qué tan aterrador es ese acto. Se que es inevitable, se que tengo que aceptarlo y que tengo que fluir con ello, que también tiene sus cosas buenas. Pero quisiera volver, aunque sea solo un día, y saber cuándo fue la última vez que mi papá me subió a sus hombros o la última vez que me pusieron zapatos de charol para un cumpleaños o la última vez que sinceramente creí en el Ratón Pérez. Quiero saber en qué momento me hice demasiado vieja para ser niña. Siento que el tiempo se me escapa y que seré demasiado mayor para hacer lo que quería hacer y aún no he hecho. 

No quería ir al colegio y ahora daría todo por volver a esos días tan hermosos, a volver a tener esos problemas que me parecían el fin del mundo y que ahora se que no son nada ¿Por qué corrí todos esos años? ¿Por qué no pude caminar y admirar el paisaje? ¿Por qué no tomé una foto? Ahora lo que antes era presente se hace pasado y los recuerdos se difuminan en la niebla del tiempo y se que mi voz a cambiado, que mi cara ha cambiado y en esa foto soy yo aunque no me parezca ¿Así me veía? ¿No me he visto siempre como soy ahora?

Crecer es una trampa en la que es inevitable caer. Yo he hecho mi mejor esfuerzo por rescatar mi esencia de las garras del olvido y espero tener suficiente de niña aún como para poder ser sinceramente feliz. Cuando le enseñé este texto a mi enamorado me dijo que me entendía, que él quiere sentir que aún es un niño y que solo está jugando a ser adulto. Quiero pensar que también soy así, que esta vida que me veo forzada a asumir no es más que un juego más, uno largo y difícil, pero un juego a fin de cuentas y que luego será de noche y me iré a dormir y  al despertar seguiré siendo una niña pequeña con todo el mundo por descubrir. 

Esta es la décimo tercera cosa que odio.