Estás de shopping, una actividad frívola pero increíblemente placentera cuando se tiene platita, y ves la prenda de tus sueños. Puede ser una camisa, un vestido, unos zapatos, un gorro, no importa en realidad su identidad, pero la deseas con todo tu corazón. La tomas en tus manos y es mejor aún de lo que se veía a la distancia. Tu y esa prenda nacieron para estar juntos como Batman y Robin, como Hermes y sus sandalias, como El Gordo y El Flaco, como Ash y Pikachu, como el Platanazo y la Charo (y que no me digan lo contrario), como Romeo y Julieta, como Homero y Marge, como Lois y Peter, como el arroz y el puré de papa, como Commander Shephard y Liara... El mismísimo Dios bajó de los cielos para dirigir tu mirada hacia aquella maravilla de la moda que ahora en tus manos sientes cada vez más tuya. Buscas la etiqueta, tratando de localizar el precio de esta maravilla, pero al hallarla te percatas que dicho dato está ausente. Te preocupas ¿Será carísimo? Le das la vuelta, suspiras, te ha conquistado ¿Qué tan caro podría ser? Vas al probador y OH POR DIOS se ve mejor en ti que colgado y eso es algo que te suela pasar. Te miras en diferentes ángulos y cada vez sientes que se ve más hermoso. Definitivamente esa prenda la hicieron para ti. Es entonces que decides comprarla, si está menos de X definitivamente lo llevo, te dices, calculando una cifra bastante alta para no decepcionarte.
Llegas a la caja y haces la fatídica pregunta: ¿Cuánto está esto? La señorita -o caballero- a cargo de la caja pasa la etiqueta por el lector -o consulta con un compañero de trabajo- y te dice la cifra. El mundo se detiene en un momento de decepción máximo. El precio se aleja tanto de X que excede tu mismísimo presupuesto ¿Cómo puede ser tan caro? ¿Es que lo tejió la madre teresa de Calcula y lo firmó Freddy Mercury? Lloras para tus adentros. Abandonas la prenda, compras otras cosas, y pasas todo el camino de vuelta a tu hogar tratando de convencerte que no valía la pena, que no era tan bonita, que ya fue, que no se te veía tan bien. Lo dices, sí, lo haces, pero no lo crees. Muy en el fondo sabes que se te veía increíble, que con eso si levantabas DE HECHO (como diría mi amigo Renzo), que nunca encontrarás algo igual de bello y que lo que haz comprado no le llega ni a los talones.
Son situaciones así las que dispara la ausencia de precio en los productos de una tienda. Si al comienzo hubieses visto qué tanto se alejaba esa cifra de tu presupuesto no hubieses soñado tanto, sí claro, hubiera habido cierto grado de cagonidad pero no con la misma intensidad que luego de habértelo probado ¿Hay alguna estrategia de marketing que involucre ocultar los precios de las cosas? ¡DIOS! Están condenando a que el cliente sufra el segundo más grande golpe de la realidad en el mundo del shopping. El primero es, claro, cuando coges tu talla de jean usual y te das cuenta que has subido de peso (el horrror). Es como que: ¡SIIII QUÉ LINDO! ¡BOOM, PERRA, cuesta más de lo que ganas! Prefiero sacar la curita rápido de mi piel antes de contemplar qué tan buena idea era. Esta es la décimo primera cosa que yo odio.