viernes, 30 de agosto de 2013

Cuando estoy haciendo compras y las cosas no tienen el precio

Estás de shopping, una actividad frívola pero increíblemente placentera cuando se tiene platita, y ves la prenda de tus sueños. Puede ser una camisa, un vestido, unos zapatos, un gorro, no importa en realidad su identidad, pero la deseas con todo tu corazón. La tomas en tus manos y es mejor aún de lo que se veía a la distancia. Tu y esa prenda nacieron para estar juntos como Batman y Robin, como Hermes y sus sandalias, como El Gordo y El Flaco, como Ash y Pikachu, como el Platanazo y la Charo (y que no me digan lo contrario), como Romeo y Julieta, como Homero y Marge, como Lois y Peter, como el arroz y el puré de papa, como Commander Shephard y Liara... El mismísimo Dios bajó de los cielos para dirigir tu mirada hacia aquella maravilla de la moda que ahora en tus manos sientes cada vez más tuya. Buscas la etiqueta, tratando de localizar el precio de esta maravilla, pero al hallarla te percatas que dicho dato está ausente. Te preocupas ¿Será carísimo? Le das la vuelta, suspiras, te ha conquistado ¿Qué tan caro podría ser? Vas al probador y OH POR DIOS se ve mejor en ti que colgado y eso es algo que te suela pasar. Te miras en diferentes ángulos y cada vez sientes que se ve más hermoso. Definitivamente esa prenda la hicieron para ti. Es entonces que decides comprarla, si está menos de X definitivamente lo llevo, te dices, calculando una cifra bastante alta para no decepcionarte. 

Llegas a la caja y haces la fatídica pregunta: ¿Cuánto está esto? La señorita -o caballero- a cargo de la caja pasa la etiqueta por el lector -o consulta con un compañero de trabajo- y te dice la cifra. El mundo se detiene en un momento de decepción máximo. El precio se aleja tanto de X que excede tu mismísimo presupuesto ¿Cómo puede ser tan caro? ¿Es que lo tejió la madre teresa de Calcula y lo firmó Freddy Mercury? Lloras para tus adentros. Abandonas la prenda, compras otras cosas, y pasas todo el camino de vuelta a tu hogar tratando de convencerte que no valía la pena, que no era tan bonita, que ya fue, que no se te veía tan bien. Lo dices, sí, lo haces, pero no lo crees. Muy en el fondo sabes que se te veía increíble, que con eso si levantabas DE HECHO (como diría mi amigo Renzo), que nunca encontrarás algo igual de bello y que lo que haz comprado no le llega ni a los talones.

Son situaciones así las que dispara la ausencia de precio en los productos de una tienda. Si al comienzo hubieses visto qué tanto se alejaba esa cifra de tu presupuesto no hubieses soñado tanto, sí claro, hubiera habido cierto grado de cagonidad pero no con la misma intensidad que luego de habértelo probado ¿Hay alguna estrategia de marketing que involucre ocultar los precios de las cosas? ¡DIOS! Están condenando a que el cliente sufra el segundo más grande golpe de la realidad en el mundo del shopping. El primero es, claro, cuando coges tu talla de jean usual y te das cuenta que has subido de peso (el horrror). Es como que: ¡SIIII QUÉ LINDO! ¡BOOM, PERRA, cuesta más de lo que ganas! Prefiero sacar la curita rápido de mi piel antes de contemplar qué tan buena idea era. Esta es la décimo primera cosa que yo odio. 

martes, 27 de agosto de 2013

Cuando llaman a mi teléfono fijo por error y no se disculpan

Imaginad el siguiente escenario: son las nueve de la mañana, vacaciones, me quedé dormida recién a las cuatro, es invierno, mi cama está tibia y agradable. Entonces suena el teléfono, ubicado en la cocina al otro lado e mi departamento, me levanto y corro para contestar ¡Podría ser algo importante! Levanto el auricular y saludo con una voz tranquila aunque algo agitada por la épica corrida.

-Aló -digo.
-Buenas, con el señor Jorge Suárez por favor -dice la voz al otro lado del teléfono.
-Número equivocado -digo con calma.
-... -y cuelgan.

¿Por qué? ¿POR QUÉ? ¡¿POR QUÉ?! ¿Es tan difícil decir “Oh, disculpe la equivocación”? ¿ACASO ES TAN COMPLICADO? ¿ES QUE QUEMA LA PINCHE PAPAGAYA LENGUA? Me han levantado de mi cómoda cama, me han hecho correr y solamente me cuelgan sin más ¿No pueden decirme ni siquiera un insulso sorry? ¿Es que el respeto por el prójimo es tan poco? Lo peor es que, cuando tienes un teléfono del tipo 345-7000 (no mi teléfono real pero similar estructura) y sabes que fue el número de Interbank de El Polo -porque llaman más preguntando por él que por ti- esta situación se repite CADA DÍA.

Día 1:

-Aló
-Buenas ¿Interbank de El Polo?.
-No, disculpe ha errado la digitación del teléfono de dicho establecimiento bancario ojalá tenga un buen día persona que no conozco pero que ha llamado a mi hogar.
-...

Día 2:

-Aló
-Hola ¿Interbank de El Polo?.
-No, este no es el número de Interbank.
-¿Estas segura? (¿Qué clase de pregunta es esa? ¡CLARO QUE ESTOY SEGURA, IMBÉCIL!)
-Esteeee... Sí, vivo aquí es esteee... Mi casa.
-...

Día 133:

-Aló
-Buenas ¿Interbank de El Polo?.
-No.
-...

Día 213

-Aló
-Buenas ¿Banco Continental?
-No, disculpe este es Interbank de El Polo
-...

Llega el punto en el que simplemente NO contesto el teléfono de mi casa y CLAAAARO fortuna fortunosa y fortuita justo el día que decido simplemente no contestar era realmente para mi ¡Nunca contestas el teléfono de tu casa! Y es que hacerlo es una apuesta de 98-2 de Interbank versus Marne. Carajos, mierdas, si ya me torturan de esta maldita manera no pueden solo decir “Perdón”. Así de fácil, nada más. Una palabra, dos sílabas, un respiro, una intención, una persona, una llamada, un sueño, el mío, que la gente sea educada. Fin. Esta es la décima cosa que yo odio.

martes, 20 de agosto de 2013

Cuando me sale una herida en la boca - Aftas

Una de las mayores pruebas de la existencia del mal en nuestro mundo reside en estas pequeñas y diabólicas heridas en la boca que en su pequeñez podrán parecer inofensivas y fáciles de aguantar pero que en realidad son uno de los peores suplicios cotidianos que tenemos que enfrentar las personas. Los aftas... ¿O es las aftas? En fin, l@s aftas son esas heriditas blancas que salen en la boca como por arte de Satanás y que te joden la vida por una semana aproximadamente. Sonreír duele, reír duele, hasta poner cara de poto duele y qué es la vida sin gestualidad. Nada, les digo, eso es. Dicen que salen por acidez, que salen por estrés pero en serio creo que salen solamente para joder ¡Oh! ¿Tienes un lindo almuerzo familiar? TOMA MIERDA ¡Oh! ¿Tienes un examen final en el que te vas por 17? TOMA MIERDA ¡Oh! ¿Tienes una crisis familiar y realmente no necesitas nada más que te perturbe la vida? ... TO-MA MIER-DAAAAAA ¡Oh! ¿Existes? TOOOOOMAAAA...

Se que dicen que todo en este universo sucede por una razón, que las cosas pasan por un motivo y que deben de guiarnos hacia un fin mayor. Pero explíquenme miembros el jurado ¿Qué fin podría perseguir este castigo tan cruel y espontáneo? Hace poco me ha salido uno de estos pedazitos de infierno y puedo decir que no recuerdo haber hecho nada para merecerlo. Me puse a evaluar mis acciones, mi vida, todo y no encontré nada tan malo como para tener que soportar este orificio magno en mi labio inferior. Lo peor de todo es que si fuera una herida en otro lado sería pequeña y su nivel de jodimiento se vería reducido de manera considerable. Empero estando en un lugar como el labio la proporcionalidad es cambiada de manera contundente y una herida pequeña adquiere el nivel de dolor de un tajo con navaja. Lo peor de todo es que olvidé por unos segundos que la tenía y me comí unos choritos a la chalaca. CHORITOS A LA CHALACA. Limón directamente a la yaga. Dolor puro. A puro dolor. Lo único que puede calmar esta agonía es la Gingisona -panacea de los Dioses- o algún otro remedio bucal que, por casualidades de la vida, NUNCA hay en tu casa cuando te ha salido su majestad afta en toda la boca. Esta es la novena cosa que yo odio.

viernes, 16 de agosto de 2013

Cuando la gente echa basura a la calle

Yo no entiendo, no comprendo en qué clase de mente retorcida y falta de toda cultura cívica entra el siguiente razonamiento: “¡Oh! Terminé mi gaseosa... Tiraré la botella acá en la acera, en la calle, en la vereda. Fresh, osea ¿Qué tanto daño puede hacer este PLÁSTICO? Ni que toda la gente fuera a hacer eso, ni que este material se demorase AÑOS en degradarse, ni que la ciudad estuviese cochina” ¿Es... Es en serio? Cuando alguien termina de tomar alguna bebida y simplemente tira el envase en la calle es un acto de cojudez que escapa de lejos a mi capacidad de raciocinio. No me siento en capacidad de comprender la lógica detrás de tal acto fuera de la simple flojera y la inmundicia ¿Es que ven la ciudad tan sucia que piensan no hay remedio? ¿Saben, queridos recontra imbéciles, que es por este pensamiento que nuestro país está COCHINO?

Recuerdo un día que estaba bajando del micro y una señora, que bajó conmigo, decidió que la esquina donde bajábamos sería un buen lugar para depositar absolutamente todos los desechos que tenía en su bolso. Entre botellas, papeles y envolturas esta mujer botó en el suelo, en la calle, en MI ciudad, en NUESTRA ciudad, toda su bazofia y su inmundicia. A como, hablando literalmente, DOS metros había un tacho de basura. Con toda la amabilidad del mundo le dije “¿Señora porque ensucia si allí hay un tacho? ¿No le enseñaron a ser ser una persona limpia?” y la vieja hija de la santa PAPAGAYA me dijo: “Ay no molestes niña irrespetuosa”.

Esta actitud resume la línea de acción del típico cochino: hago lo que quiero y si me dicen algo me están agrediendo. Si hoy pudiera decirle algo a esa señora le diría con toda la amabilidad que pueda embargar en mis palabras que es por gente como ella que no podemos tener cosas bonitas, por gente como ella que La Parada es una mierda, por gente como ella es que las calles del hermoso centro de Lima están hechas una asquerosidad, es por gente como ella que el Perú NO AVANZA. Si yo fuera presidenta o mejor dicho reina del mundo, porque no creo que ningún congreso me dejase pasar semejante ley, establecería que cualquier persona que arrojase basura en la calle tendría que pasar una semana limpiando la ciudad CON LAS MANOS y dependiendo de qué botó tendría que demostrar haber recogido cierta cantidad de basura. Una botella: quinientos kilos, una envoltura: cien kilos y así sucesivamente. Que sufran. Si quieren volver la ciudad un basurero que vivan entre la inmundicia por un rato. Esta es la octava cosa que yo odio.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Cuando los conductores no prenden la direccional al girar

Esta debe de ser una de las cosas que más odio en LA VIDA y que más calamidades me han causado. Comenzaré con una anécdota que embargue el sentimiento de repudio que hay en mi humanidad en torno a esta situación. Estaba yo aún en el colegio, cursaba si la memoria no me falla el tercer año de secundaria, y era el reflejo de la calma esa mañana de otoño. En esos tiempo formaba yo parte de la banda de música de mi colegio y ese día sábado teníamos un ensayo así que debía de ir a mi escuela temprano. Yo vivía bastante cerca del colegio y como mi madre no podía/quería llevarme procedí a ir en patines. Dicho medio de transporte siempre fue una predilección mía sobretodo porque el camino era todo en bajada e, inclusive, se tornaba divertido. Magnífico. Sucede que en el cruce entre las avenidas San Luis y San Borja Sur uno depende de la direccional del prójimo al volante para poder cruzar la pista sin fenecer. Yo, con la caja de mi trompeta, esperaba en el medio, aquella parte con pastito, que esto ocurriese. Direccional, direccional, direccional... ¡Oh, este no girará!. Como peruana desconfiada que soy esperé hasta que el carro estaba prácticamente en la esquina y, como parecía no mostrar ningún interés en virar y debido a que ya llevaba un buen rato a la mitad de la avenida  procedí a avanzar.

Cualquier persona que haya patinado comprenderá que los métodos de frenado de estos requieren de cierto margen para ser totalmente efectivos. Cuando el automóvil giró intempestivamente a pesar que yo estaba literalmente al medio y colisionó contra mí, dicho margen no existió. Rodé por encima de la parte delantera del vehículo y caí al suelo. Mi codo se golpeó contra el asfalto y el parachoques se había clavado en mi cintura en un momento de indescriptible dolor. El hijo de la gran mierda aguada que conducía el vehículo no se detuvo ni medio segundo para ver si estaba viva y simplemente siguió de frente. Gracias al mismísimo creador del universo conocido nadie venía detrás del infeliz. Logré levantarme y terminar de cruzar. El codo me quemaba, felizmente tenía una casaca que me había protegido de la inclemente textura del asfalto.

Una señora, que había estado en la esquina a donde yo pretendía ir me dice: “¿Hijita, estás bien?”. La miré con cara de “Señora, agradezco su preocupación pero creo que la sangre en mi codo y el hematoma nivel sayayjin 4 parecen indicar que NO, no estoy bien. De repente, no sé, quizás, se deba a que ME ACABA DE ATROPELLAR ESE MALDITO IMBÉCIL HIJO DE LA GRAN PAPAGAYA”. Claro que, sabiendo que la mujer no tenía la culpa, simplemente le dije que sí. Tan mal no quedé, gracias al creador, solamente una herida -cuya cicatriz aún llevo- y un moretón legendario.

En verdad que me llega al mismísimo ojete que la gente no pueda tener la delicadeza, la mínima consideración para con el peatón de prender su puta direccional del carajo. Perdonen la sobredósis de lisuras pero es que es una ira que tengo guardada y que cada vez que se repite esta situación amenaza con hacerme correr hasta el auto, pegarme a la ventana y acribillar con la mirada (o quizás con un arma punzocortante... NO SOY LOCA) a quien no prende su putita lucecita ¿Es en serio, señor conductor? Cada vez que veo un auto que no prende su direccional revivo el accidente, como los veteranos de guerra cuando ven sangre o escuchan disparos (no que quiera equipararme a su labor, pero ciertamente es semejante el flashback) y suena Requiem for a Dream en mi cabeza y las imágenes salen como en un puto slideshow o así mismo presentación de PPT con transiciones y todo ¡AHHHHHH! En fin, en fin, me calmaré. Esta es la sétima cosa que yo odio.

martes, 13 de agosto de 2013

Cuando me golpeo el dedo meñique del pie en el borde de algún mueble

Por años me he cuestionado la existencia misma de este delicado apéndice. Me imagino que, biológicamente hablando, tiene que haber una historia detrás del dedo chiquito del pie. Sí, seguramente la hay. Hay días en que quisiera amputarme ambos meñiques para saber cómo sería mi vida sin estos. Estoy casi segura que no tendría más que una pequeña molestia. O de repente no podría caminar, no lo se y lo más probable es que nunca, en completo uso de mis facultades, recurra a una técnica de investigación tan severa. Lo que sí se es que cada vez que me golpeo el pie la colisión siempre es en esta tierna y débil área y no en el fuerte dedo gordo, el más cobarde de todos, el que rara vez se golpea (pero cuando lo hace también es horrible, aunque en fin). El dolor es uno de los peores que hay, debajo de golpe en la teta (o en los huevos, aunque no puedo atestiguar dicha afirmación en base a mi vida propia aunque las experiencias ajenas que he recibido a manera de anécdotas parecen dictarme que es así), uno de esos dolores que recorren todo el cuerpo como una corriente eléctrica.

A veces pienso que en las noches los muebles conspiran o toman clases de como atestarle a las partes más sensibles de nuestro cuerpo. De repente es un concurso y el dedo meñique vale 100 puntos. Son dos las razones fundamentales por las que repudio con tanto ahínco los golpes al meñique. En primera instancia duele como mierda, es como viajar a las puertas del infierno y darle la mano al mismo diablo, es como si todos los entes malvados del universo se condensaran en un grito de agonía ahogado en lo cachetes y con un sonido de “pffffffff”. Levantas el pie afectado y lo tomas en tus manos, a veces caes al suelo, a veces tienes más dignidad y caes en tu cama -sí, esa misma que te acaba de golpear, maldita traidora- y te lamentas. La segunda razón es por cuán estúpida me siento cada vez que sucede. Quiero decir, he tenido meñiques en los pies TODA mi vida y hasta ahora no se calcular dónde es que debe de ir mi pie para evitar dañarlo. Es ese tipo de golpe del que no se aprende un carajo. En fin, esta es la sexta cosa que yo odio.

domingo, 11 de agosto de 2013

Cuando quiero encontrar una calle en Lima

No hay laberinto más enredado ni misterio tan misterioso como las calles de nuestra querida ciudad. Tratar de ubicarse es un arte y quienes lo dominan merecen respeto y admiración. Yo, personalmente, tengo el sentido de orientación de una mosca borracha y ubicarme en esta enredada ciudad es una labor que jamás he podido desempeñar de manera satisfactoria. Se me cruzan los nombres, los números, las calles, las casas, todo se parece ante mis ojos desubicados. Siempre he pensando que algún día acabaré en una frontera preguntándome hace cuántas cuadras tenía que girar.

-¡Bienvenida sea a la frontera con Chile!
-Este... ¿Por acá llego a Chosica? ¿No?

Cuando uno desea localizar una dirección son miles las preguntas que giran por nuestras cabezas ¿Dónde estoy? ¿Quién soy? ¿Por qué está subiendo la numeración cuando hace una cuadra bajaba? ¿En qué momento cambió de nombre la calle? ¿Por qué si todo el mundo le decía a esta calle por su antiguo nombre se lo tuvieron que cambiar acaso cumplió mayoría de edad y lo decidió o solamente se aburrieron y quisieron confundir a la población? ¿Cuántas 28 de Julio hay? ¿Cuántas 2 de Mayo? ¿Por qué razón motivo o circunstancia no pudieron simplemente ponerles números o letras a las calles? ¿Por qué la avenida Las Artes en San Borja es tanto perpendicular como paralela de San Borja Norte? ¿No debería ser recta? ¿Por qué esta avenida tiene forma de herradura? ¿En qué momento cambiaron esta calle de sentido? ¿Cómo es posible que hayan avenidas que se crucen CONSIGO MISMAS? ¿Por qué Angamos y Primavera se llaman diferente si son la misma huevada pero la avenida Velasco Astete que literalmente es partida en dos por todo el Pentagonito tiene sus primeras cuadras a un lado y como cinco kilómetros más allá el resto? ¿Por qué en los límites distritales vuelve a empezar la numeración? ¿Por qué hay calles que literalmente no tienen salida? ¿Por qué cierran las rejas a las 7? ¿Cómo se supone que sepa qué rayos va primero si Domingo Orué o José Olaya? Como bien dice en un monólogo el comediante colombiano Leonardo León ¿Acaso en el orden en que se murieron? ¿Por qué hay varias avenidas con más de una cuadra con la misma numeración? ¿A quién MIERDA se le ocurrió este sistema del CARAJO? ¿Cuánto cuesta un PUTO GPS? Esta es la quinta cosa que yo odio.

sábado, 10 de agosto de 2013

Cuando alguien escupe en la calle

No hay palabras que alcancen para manifestar mi falta de comprendimiento ante este fenómeno social que parece haberse establecido como norma ¿Por qué la gente escupe en las calles? En los veinte años que he pasado en esta tierra JAMÁS he cometido un acto de ese tipo y, no solo eso, sino que jamás he sentido la necesidad de hacerlo ¿Qué acaso tengo una habilidad sobrehumana? ¿Será acaso el resistir este impulso o la habilidad de tragar la saliva un superpoder? Lo dudo mucho, para ser honesta. Empero insisto en la queja original ¿Por qué las personas hacen esto? Salvo tengas algún tipo de condición médica realmente no veo qué detiene a estas personas de tragar la saliva o de aguantarse el flemón hasta que lleguen a sus hogares o a un baño o consigan un papel higiénico. En serio es asqueroso.

No solo ver a alguien escupir es desagradable, sino encontrar un escupitajo en la mitad de la vereda o en la pista. Solo dos palabras pasan por mi mente en momentos así. Primero “AJ” y luego “MIERDA” que combinadas dan a luz a la única expresión que escapa de mi en circunstancias de esa naturaleza “Aj, mierda”. En una ocasión, pisé una de estas evidencias flemosas de la decadencia humana y me resbalé. Gracias al creador no tuve que hacer contacto con la materia en cuestión pero fue vomitivo aún así. Tampoco entiendo por qué los futbolistas tienen la necesidad de hacer esto cada cinco minutos. En serio. No... No lo entiendo. Y si YA TIENES LA NECESIDAD de hacerlo porque NO SE hazlo en el pasto, en la tierrita, en el jardín, donde no se note POR FAVOR. Esta es la cuarta cosa que yo odio.  

viernes, 9 de agosto de 2013

Cuando estoy jugando un juego de mesa y me salen puros unos o mi mala suerte en general

No encuentro explicación lógica para que en CUATRO ocasiones y lanzando TRES dados al mismo tiempo me hayan salido todos ellos UNOS. Cuatro veces, puros unos, una noche. No tengo idea, hablando probabilísticamente, cuales eran las chances que esto sucediera pero habiendo tres dados y seis lados no deben de ser muchas. Cuando estás jugando Risk y tu destino está en manos del azar realmente esta sobredosis de unos es una condena. No importa que tengas la mejor estrategia del universo, si solo te salen unos PERDERÁS y bueno eso es precisamente lo que siempre me pasa (y me pasó hoy para ser más exactos)

La frustración que corre por mis venas ante eventos de esta naturaleza no impide que me guste esta clase de juegos, como Risk quiero decir, pero si me previenen de incurrir en juegos de azar que involucren dinero de algún tipo. Jamás me verán en un casino o apostando en una carrera de caballos. Eso sería para mi la perdición. Hay quienes dicen que la suerte no existe pero cuando lanzas cinco monedas necesitando caras y todas salen sello y esto te pasa unas tres veces en la misma partida de cartas Pokémon es porque hay un astro ahí que no te está apoyando (o alternativamente fuiste una muy mala persona en tu vida pasada ¿Quién demonios fui yo?). 

Lo peor es que si por alguna casualidad del destino fuese a necesitar un uno, digamos para ganar dinero en Monopolio, este número se volverá tan elusivo como pie grande y su presencia será nula sin importar mis esfuerzos por invocarlo. Así pues, salada soy y no me compadezcan, déjenme en mi derrota sufrir a mis anchas y jamás me dejen hacerme ludópata. Nunca he ganado un sorteo EN MI VIDA, ni siquiera cuando en mi salón de primaria sorteaban cada semana un regalito. Éramos 24 alumnos, 5 semanas por mes, como 9 meses y medio de clases y NUNCA gané. Hubo gente que ganó dos veces. Esta es la tercera cosa que yo odio. 

Cuando la gente pega chicles debajo de las carpetas en la universidad

¿En qué clase de mundo vivimos en el que es aceptable este acto tan sucio? Quiero decir, en todos los salones hay un tacho de basura y, a veces, hasta dos ¿Que acaso a la gente le pesan los pies de caminar dos metros y dejar el maldito chicle en el tacho? A menos que tengas alguna grave discapacidad me imagino que la respuesta a esta pregunta es ¡NO! Solo son flojos y cochinos. Yo no se si tengo mala suerte o qué pedo pero siempre tiendo a tocar por debajo de las carpetas y toparme con chicles pegados y es una experiencia asquerosa. Es como que el tiempo se detiene y solo existimos yo y el chicle, el chicle y yo, en un astroplano intermedio entre la realidad y el asco absoluto. En mi mente navegan pensamientos oscuros de muerte, destrucción, náuseas y ponies (porque aceptémoslo, en mi mente siempre hay ponies).

Bueno, bueno, quizás en parte es culpa mía por estar manoseando las mesas pero seamos honestos ¿Hay razón para cometer este acto impío? Solo quiero pensar en el primer flojo de mierda que dijo: “Mmmm... El tacho está muy lejos ¡Oh, ya se! Lo pegaré aquí debajo de la mesa”... ¡NOOOO! ¿POR QUÉ? Te maldigo primera persona floja y cochina. Quizás este hábito sea tan antiguo como el chicle y las mesas, quizás desde que existe la goma de mascar han habido quienes la abandonan bajo las mesas o las sillas. Esto sucede en todos lados y en todo lugar pero nunca con tanta frecuencia como en las carpetas de la universidad. Me ha pasado innumerables veces y siempre, mientras estoy en el astroplano, me pierdo la mitad de la explicación del profesor tratando de no reventar en una burbuja de ira reprimida. Debería de multarse este acto de flojera  y si tu que lees esto alguna vez lo has hecho no lo vuelvas a hacer ¿Podría alguien pensar en los niños? Esta es la segunda cosa que yo odio.


Cuando me veo obligada a acortar una palabra

Tengo algo de grammar nazi en mi alma lo voy adelantando. Por más que repudie dicho término por sus implicancias históricas he de admitir que en la cultura internetiana sería lo más adecuado para describir mi tendencia obsesiva por el buen escribir. Y sí, lo digo luego de poner una palabra que no existe pero es que, a veces, uno tiene que romper estas normas que tanto sentido dan a mi existencia textual porque la vida moderna te lo pide. A mi me duele como le duele a un conservador republicano tener a Obama de presidente, me duele como le duele a un niño de los noventas ver las nuevas generaciones de Pokémon (no que haya dejado de seguir está maldita obsesión mía pero en fin escapa al tema), me duele como le duele a un obseso por la limpieza ir a La Parada cuando debo de alterar el hermoso idioma español. Cuando tuve que nombrar este blog el nombre adecuado lascosasqueodio ya estaba tomado y me quemaron las manos y el alma para poner esa q solita. Aún me duele luego de... Media hora creo que lo he creado pero se que me perseguirá mientras tenga este blog abierto.

El twitter es otro ejemplo de una cuna de ortograficidios. Cuando estoy twitteando y por el límite de caracteres tengo que reducir lo que estoy poniendo es para mi una agonía ortográfica. Sí, creo que eso lo describe perfectamente: agonía ortográfica. Acótese que siempre me ha dado risa que no se pueda decir ortografía sin decir orto. El único momento en que quizás justificaría esta tendencia del xq, el q, el cmo (aunque jamás el kmo porque no tiene sentido meterle k, no estás ahorrando un carajo así que para con tu kra, con tu ke, con tu ksa porque ¡NO TIENE SENTIDO! CON C TAMBIÉN SE ENTIENDE pero en fin me salgo del tema y nado en bilis) y otras abreviaturas son en los mensajes de texto, ahí si en serio que no hay tiempo que perder. Me acuerdo que antes decían, no se si es cierto, que cobraban por letra y la gente se volvía loca para acortar sus textos. Esta es la primera cosa que yo odio.


Por qué hice este blog

Hola a todo el que lea estas líneas.

Primero que nada quisiera aclarar que no soy una personas amargada, para nada. Todo lo contrario, quien me conozca sabrá que siempre trato de buscar el humor en las cosas y me encanta hacer reír a todos. Sin embargo, hay pequeñas cosas en el mundo que realmente odio y que quiero manifestar de alguna manera pública por dos razones fundamentales. La primera es que a veces pienso que estoy loca y me gustaría saber si las cosas que a mi me irritan a sobremanera generan un efecto similar en alguien más. De ser ante esta interrogante una respuesta negativa habría de buscar el tratamiento médico prudente al caso.

La segunda es que quizás, al escribir de estas cosas, logre desahogar a ese demonio de odio que llevo dentro cada cuanto. A veces me quejaré de cosas importantes como la política, el cambio climático o el último capítulo de Hora de Aventura y a veces de cojudeces como la inmortalidad de ese zancudo veraniego o la ausencia de papel higiénico en un baño público cuando ya terminaste tus asuntos y es demasiado tarde para hacer cualquier cosa digna. En fin, no se quién llegue a leer esto o si alguien llegue a leerlo pero ciertamente sentí ganas de escribirlo. Si logro amargarte, alegrarte, emocionarte o generar cualquier emoción en ti que no sea de aburrimiento será una loa a mi misma. Gracias por estar aquí.