martes, 13 de agosto de 2013

Cuando me golpeo el dedo meñique del pie en el borde de algún mueble

Por años me he cuestionado la existencia misma de este delicado apéndice. Me imagino que, biológicamente hablando, tiene que haber una historia detrás del dedo chiquito del pie. Sí, seguramente la hay. Hay días en que quisiera amputarme ambos meñiques para saber cómo sería mi vida sin estos. Estoy casi segura que no tendría más que una pequeña molestia. O de repente no podría caminar, no lo se y lo más probable es que nunca, en completo uso de mis facultades, recurra a una técnica de investigación tan severa. Lo que sí se es que cada vez que me golpeo el pie la colisión siempre es en esta tierna y débil área y no en el fuerte dedo gordo, el más cobarde de todos, el que rara vez se golpea (pero cuando lo hace también es horrible, aunque en fin). El dolor es uno de los peores que hay, debajo de golpe en la teta (o en los huevos, aunque no puedo atestiguar dicha afirmación en base a mi vida propia aunque las experiencias ajenas que he recibido a manera de anécdotas parecen dictarme que es así), uno de esos dolores que recorren todo el cuerpo como una corriente eléctrica.

A veces pienso que en las noches los muebles conspiran o toman clases de como atestarle a las partes más sensibles de nuestro cuerpo. De repente es un concurso y el dedo meñique vale 100 puntos. Son dos las razones fundamentales por las que repudio con tanto ahínco los golpes al meñique. En primera instancia duele como mierda, es como viajar a las puertas del infierno y darle la mano al mismo diablo, es como si todos los entes malvados del universo se condensaran en un grito de agonía ahogado en lo cachetes y con un sonido de “pffffffff”. Levantas el pie afectado y lo tomas en tus manos, a veces caes al suelo, a veces tienes más dignidad y caes en tu cama -sí, esa misma que te acaba de golpear, maldita traidora- y te lamentas. La segunda razón es por cuán estúpida me siento cada vez que sucede. Quiero decir, he tenido meñiques en los pies TODA mi vida y hasta ahora no se calcular dónde es que debe de ir mi pie para evitar dañarlo. Es ese tipo de golpe del que no se aprende un carajo. En fin, esta es la sexta cosa que yo odio.

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