miércoles, 14 de agosto de 2013

Cuando los conductores no prenden la direccional al girar

Esta debe de ser una de las cosas que más odio en LA VIDA y que más calamidades me han causado. Comenzaré con una anécdota que embargue el sentimiento de repudio que hay en mi humanidad en torno a esta situación. Estaba yo aún en el colegio, cursaba si la memoria no me falla el tercer año de secundaria, y era el reflejo de la calma esa mañana de otoño. En esos tiempo formaba yo parte de la banda de música de mi colegio y ese día sábado teníamos un ensayo así que debía de ir a mi escuela temprano. Yo vivía bastante cerca del colegio y como mi madre no podía/quería llevarme procedí a ir en patines. Dicho medio de transporte siempre fue una predilección mía sobretodo porque el camino era todo en bajada e, inclusive, se tornaba divertido. Magnífico. Sucede que en el cruce entre las avenidas San Luis y San Borja Sur uno depende de la direccional del prójimo al volante para poder cruzar la pista sin fenecer. Yo, con la caja de mi trompeta, esperaba en el medio, aquella parte con pastito, que esto ocurriese. Direccional, direccional, direccional... ¡Oh, este no girará!. Como peruana desconfiada que soy esperé hasta que el carro estaba prácticamente en la esquina y, como parecía no mostrar ningún interés en virar y debido a que ya llevaba un buen rato a la mitad de la avenida  procedí a avanzar.

Cualquier persona que haya patinado comprenderá que los métodos de frenado de estos requieren de cierto margen para ser totalmente efectivos. Cuando el automóvil giró intempestivamente a pesar que yo estaba literalmente al medio y colisionó contra mí, dicho margen no existió. Rodé por encima de la parte delantera del vehículo y caí al suelo. Mi codo se golpeó contra el asfalto y el parachoques se había clavado en mi cintura en un momento de indescriptible dolor. El hijo de la gran mierda aguada que conducía el vehículo no se detuvo ni medio segundo para ver si estaba viva y simplemente siguió de frente. Gracias al mismísimo creador del universo conocido nadie venía detrás del infeliz. Logré levantarme y terminar de cruzar. El codo me quemaba, felizmente tenía una casaca que me había protegido de la inclemente textura del asfalto.

Una señora, que había estado en la esquina a donde yo pretendía ir me dice: “¿Hijita, estás bien?”. La miré con cara de “Señora, agradezco su preocupación pero creo que la sangre en mi codo y el hematoma nivel sayayjin 4 parecen indicar que NO, no estoy bien. De repente, no sé, quizás, se deba a que ME ACABA DE ATROPELLAR ESE MALDITO IMBÉCIL HIJO DE LA GRAN PAPAGAYA”. Claro que, sabiendo que la mujer no tenía la culpa, simplemente le dije que sí. Tan mal no quedé, gracias al creador, solamente una herida -cuya cicatriz aún llevo- y un moretón legendario.

En verdad que me llega al mismísimo ojete que la gente no pueda tener la delicadeza, la mínima consideración para con el peatón de prender su puta direccional del carajo. Perdonen la sobredósis de lisuras pero es que es una ira que tengo guardada y que cada vez que se repite esta situación amenaza con hacerme correr hasta el auto, pegarme a la ventana y acribillar con la mirada (o quizás con un arma punzocortante... NO SOY LOCA) a quien no prende su putita lucecita ¿Es en serio, señor conductor? Cada vez que veo un auto que no prende su direccional revivo el accidente, como los veteranos de guerra cuando ven sangre o escuchan disparos (no que quiera equipararme a su labor, pero ciertamente es semejante el flashback) y suena Requiem for a Dream en mi cabeza y las imágenes salen como en un puto slideshow o así mismo presentación de PPT con transiciones y todo ¡AHHHHHH! En fin, en fin, me calmaré. Esta es la sétima cosa que yo odio.

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